Es común recibir en el consultorio a parejas que acuden para conocer dónde, cuándo y por qué se les perdió el deseo sexual. Típicamente uno de los dos lo siente más ausente que el otro y esa persona es quien carga con la culpa de la carencia de vida sexual en la pareja porque “nunca quiere tener sexo”. Pocas veces el otro se cuestiona “¿qué estoy haciendo yo para que eso suceda?” o “¿qué pusimos o qué quitamos juntos para llegar hasta aquí?”.
Y en realidad, es muy curioso cómo se entiende el deseo en nuestra cultura.
Por un lado se percibe como algo propio que se experimenta hacia alguien: mi propio deseo. Y en una cultura de relaciones monógamas a largo plazo, ese “alguien” debe ser el único a quien se debe dirigir el deseo por el tiempo que dure la relación, donde también, deberá surgir de manera espontánea como sucedía al principio cuando la relación era nueva y todo era una aventura por descubrir. Debe superar, también mágicamente, la rutina, el cansancio del día laboral o de llevar y traer niños, la discusión a medio día porque no estaba lista la comida y el estrés por las cuentas por pagar. En fin, el deseo debe surgir así, de la nada, porque, por ejemplo, ya llevan más de tres semanas sin interacción sexual.
Por otro lado, hay quien lo entiende como “Si tienes deseo sexual hacia mi es porque te gusto, te atraigo y me amas, pero si no lo tienes es porque algo está mal en ti”. Parece algo incongruente pero en ocasiones a las personas nos cuesta aceptar la posibilidad de estar haciendo u omitiendo algo para que las cosas en la pareja estén como están y siempre es más fácil culpar al otro.
También, se considera al deseo como un impulso, un instinto por el cual el sexo es indispensable en la vida y quien no lo experimenta está condenado al infierno de “la pareja que no cumplió”.
En fin, podríamos continuar haciendo una larga lista de puntos por los cuales se mal entiende el deseo sexual. Sin embargo, mi interés es empezar a romper con estas creencias.
Vamos a partir del hecho que el deseo sexual, así como el vínculo formado con una pareja, es como un músculo: si se ejercita crece, si no, se debilita. Y ¿cómo es que se ejercita? Así como los músculos del cuerpo, con práctica DIARIA, ésta es la palabra clave. Como dice James Clear en su libro Hábitos Atómicos, “You get what you repeat” (obtienes lo que repites).
Cada pareja tiene sus formas de seducirse, de atraerse, de hacerse sentir deseados y/o amados y así como se lavan los dientes o comen, deben practicarlas, expandirlas, reinventarlas en la vida diaria.
Considerar al deseo sexual como una aparición espontánea en la relación de pareja es una creencia que lo arruina todo. El tema de la vida sexual debe estar sobre la mesa de la pareja para que continúe viva. Es importantísimo proponer, hablar, preguntar, escuchar, abrir espacios y opciones, explorar, aventurarse y quizá, hasta agendar.
A lo largo de la vida, cada persona y cada pareja puede tener diferentes encendedores del deseo, porque más que un instinto, es una motivación intermitente y dinámica. A veces puede ser encendido por el sentimiento de amor y conexión, a veces es la emoción de algo nuevo, la relajación de un viaje, el sentirse visto, el reír o incluso el llorar con el otro. Lo importante es conocerse y conocer a la pareja, identificar cuáles son los encendedores y apagadores del deseo para promover eso que se quiere…. en la vida diaria.
No hay magia entre quienes tienen una vida sexual satisfactoria, existe sobre todo, una comunicación efectiva en donde se preguntan y se interesan activamente por su pareja. Se informan sobre sexualidad, se permiten explorar y dejan de lado el “quién inicia” el encuentro porque saben que a veces su pareja necesita algo además de solo pensar en sexo para desearlo, saben que por lo general uno puede tener más ganas que el otro y requiere presentarle la posibilidad para empezar a disfrutarlo, incluso antes de ser consciente de que lo desea.
Descubrir de cuántas maneras se puede desear lo que ya se tiene y se conoce, (lo cual es diferente a “amar”) requiere de la voluntad de romper con lo ya conocido y abrirse a la vulnerabilidad donde uno se deja ver para poder ver al otro, escuchar y dejarse escuchar. El deseo sexual en una pareja, también es cosa de dos.